La gente que me conoce desde pequeñito sabe que yo era un niño patoso. Mi madre no ganaba para comprarme gafas y no era raro verme con un diente roto o un brazo en cabestrillo. Mi padre, a base de practicar conmigo, acabó convirtiéndose en el ‘costurero’ oficial de cada cumpleaños que se celebraba en el barrio.
Cuando decidí ser músico profesional aún era bastante enclenque, y, aunque la educación física nunca formó parte de nuestras asignaturas en el Conservatorio, entendí que mantenerme en un buen estado de forma me iba a ayudar mucho en mi objetivo.
Empecé por nadar, porque en el agua nunca me había caído. En la montaña sí, pero caminar por Pirineos siempre fue el deporte familiar. Salía a correr, hacía gimnasia… Cada vez un poco más de tiempo, o intentando un ejercicio más difícil. Entrenando solo me costaba avanzar, pero, poco a poco, he ido encontrando a l@s profes -ahora también súper amig@s- ideales. Me han enseñado a cuidarme y a entender que ese niño patoso sólo necesitaba ánimos, información y un poco más de ayuda.
¡Gracias Azahara, Miguel y Jose! ❤️❤️❤️
Deja un comentario